
Huir hacia adelante o hacia atrás es lo mismo; sigue siendo una huida.
Huir es no querer enfrentarse a la Realidad, a ti mismo, a la vida.
Salir corriendo del hoy y del lugar y de cada acto que exige actuación. O quedarse paralizado, cerrando los ojos para no ver y no tener que tomar decisiones... y tomar conciencia de quién soy... sea lo que sea...
Huir del lugar, engañándose de que el problema lo deja atrás; ¿se deja atrás la infelicidad, los miedos, la frustración o la mala suerte?
O huyendo hacia el pasado, a la memoria de un tiempo que fue mejor... prefiriendo refugiarse en la queja y el lamento.
Mucha personas, en su miedo a sufrir, pretenden pasar por la vida sin comprometerse con ella ni con nada: no me caso, no tengo hijos, no me interesa la política ni la religión. No tengo ni defiendo ninguna creencia mientras no me pase nada y me dejen tranquilo. Aunque no crezca, no avance; renuncio a la vida porque tengo miedo a no ser querido, tengo miedo a sufrir.
Pero la vida te exige te definas. Hasta el punto de que te sacude, a veces implacablemente, obligándote a abrir los ojos y empujándote a que salgas a la vida y encuentres tu propósito de vida. Hasta que sepas quién eres y te pongas en marcha. Más allá del mundo material.
Y te preguntes ¿cuán fiel soy a mis principios? ¿Cuánto miedo soy capaz de enfrentar? ¿A dónde ir a buscar el Alma que dejé olvidada en algún momento?
Y puedas sentir en tu interior, como un Surtidor de la más magnífica Fuente, brotar la Energía Vital y Superior que te une al Universo.