En toda acción, por nímia que sea, nuestra intención debe ser pura.
Si no hay INTENCIÓN PURA, el núcleo o esencia del pensamiento y su manifestación, se corrompe o degrada.
Si actuamos sin pureza de intención, el resultado degenera y se vuelve gradualmente y de manera sutil, en algo corruptor o corrompible.
Si no se protege todo acto cotidiano de las energías impuras; como la avaricia, el egoísmo, etc, se corre el peligro de ser cegados por ellas (porque densifican la claridad de mente y pureza de sentimientos).
Sólo nos deben mover los sentimientos de amor solidario. Otros sentimientos que no tengan que ver con el Amor Incondicional, conseguirán degradar el alcance de éxito y, por mucho que nos justifiquemos y no queramos ver la realidad de la intención de nuestra actuación, nuestro egoísmo nos llevará al fracaso tarde o temprano.
Si se pierde y olvida el carácter sagrado de cada acto de nuestra vida, se desvirtúa la grandiosidad de la vida misma.
Debemos recuperar la memoria de nuestro origen divino y alimentar nuestro espíritu, SANTIFICÁNDONOS, o sea, honrándonos a nosotros mismos, respetándonos como seres divinos que somos. Haciendo venerable nuestra vida al tener presente, en cada acto, la Presencia Divina en nosotros.
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