Yo miro a la envidia y me quedo perpleja.
La escucho y siento no tiene realidad.
Quien la sufre vaga fuera de sí mismo queriendo ser otro.
La envidia tiene tanta fuerza que no se puede disimular;
las palabras, aunque acompañadas de una sonrisa, son como cuchillas afiladas
Y si fuesen líquido, te abrasaría por dentro; esa es la intención.
La envidia, de tener color, la notaríamos en el rojo chillón
-no puede pasar desapercibida-, molesta a la vista.
Es una bomba que explota en las propias manos.
La envidia es querer ser el otro hasta el extremo de desear matarlo para suplantarlo.
La envidia es no poder soportar la alegría y felicidad del otro, como si eso le restase a ella poder ser alegre o feliz.
Sólo percibe y valora lo que tiene el otro y no ve ni valora lo propio.
Y sufre condenadamente pero desde el victivismo.
Arde por dentro; la mente la tortura y le domina.
La envidia desprende unas ondas chirriantes y desafinadas que delatan a ese que, aparentemente, te habla con amabilidad pero por dentro te maldice.
Y no tiene que haber razón para la envidia, basta que... si te ve más feliz o tu marido le parece más exitoso que el suyo o siente que el jefe te trata mejor a tí... cualquier excusa es válida para el envidioso.
Poque la envidia se asienta en el ser amargado que se recrea en lo que llama su mala suerte. Es víctima por naturaleza y necesita en quien descargar toda la mala energía que genera continuamente... por su falta de amor hacia sí mismo...
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