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05 noviembre, 2010

Tal como os lo cuento...


Si os parece, os voy a comenzar a contar viejas historias de mi vida que, por supuesto, no voy contando por ahí pero que, quizás, puedan ser contadas ahora, para vuestro entretenimiento. Se tratan de hechos milagrosos, es decir, no tienen una explicación lógica, pero sucedieron tal cual os los voy a ir contando:

Entre los años 1989 y 1996 viví en Irán junto con mis hijos; seis, contando a mi hija pequeña que nació allí a los pocos meses de llegar. La situación del país entonces era de una gran pobreza para todos pues acababa de salir de la guerra con Irak.

Vivir en un país del Tercer Mundo es muy diferente a ver un reportaje por la tele de cómo viven en el Tercer Mundo. Así es. Sobre todo, si convives con los más pobres de los pobres, como fue nuestro caso.

Yo vivía recordando y rezando a Dios todo el día porque era la única manera de sobrevivir con dignidad. No es fácil explicarlo y tampoco es el tema, es sólo un detalle importante de la historia porque la FE puede transformar la vida cotidiana en una vivencia superlativa...

Como dice el refrán "En el país de los ciegos, el tuerto es el rey", pues eso, entre tanta miseria yo ayudaba en lo que podía y como podía. Principalmente a las chicas jóvenes de muchos países de Africa y Oriente que venían a estudiar, con poco tiempo de casadas y sin saber manejarse solas, acostumbradas a estar protegidas por todos los miembros femeninos de sus grandes familias.

Más que nada les daba consejos prácticos con sus hijos pequeños o ayudaba en los partos... en fin, un poco hacía de madre o tía porque la nostalgia es muy grande cuando estás lejos de los tuyos en lugares tan inhóspitos como era Irán por aquel entonces.

Después de bastante tiempo comenzó la cosa a sobrepasar mis capacidades porque yo no tenía ni la más mínima idea de medicina ni siquiera sobre primeros auxilios. Como estas mujeres jóvenes de Pakistán, Filipinas, Malasia, Somalia... mujeres de muchas partes de Africa y de muchos lugares más, me pedían ayuda, me puse a rezar.

Tengo bien grabado el momento, una tarde, en que me senté a pedir a Dios solucionase este asunto que comenzaba a desbordarme. Le dije: "Si Quieres que ayude a esta gente dime Tú cómo tengo que hacerlo porque yo no sé".

Exactamente cuando acabé de decir esto entro mi hijo mayor por la puerta de la habitación con una bolsa en la mano. "Mamá, un hombre me acaba de dar este montón de medicinas. Me ha dicho que justo cuando lo iba a tirar a la basura porque se marcha del país, se ha acordado de tí y pensó tú puedes darle algújn provecho".

Eran frasquitos homeopáticos. Habrían quizás unos 30 de diferentes nombres. Yo nunca había utilizado la medicina homeopatica, no tenía ni idea. Pero como estaba segura, convencida y con total certeza dde que me lo había hecho llegar Dios mismo, lo comencé a utilizar.

Venía alguien para decirme que su hijo tenía diarrea desde hacía días y lo que el médico le había mandado no había hecho efecto. Yo metía la mano en la bolsa mientras rezaba y sacaba un tubito y le daba unos cuantos gránulos para que se lo diese al hijo. ¡Mano de Santo! -la madre me decía después que el niño se había curado enseguida.

En este asunto tan serio, no metí mi mente para pensar, simplemente dejé que sucediesen las cosas...

Y así era y así fue tal como os lo cuento...

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