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18 marzo, 2007

Ando muy ocupada. De pronto el mundo se acuerda de mí. ¡Existo!
¿Qué ha ocurrido? ¿Movilización de energías abriendo puertas de oportunidades?

Una persona cercana, hace un tiempo, cuando me quejaba de mi situación, me repetía una y otra vez: "no hay nada más que dirigirse al cielo y pedir. Yo salgo a mi jardín y pido lo que sea y se me concede". Lo decía con alegría y con toda su fe y convencimiento. Sin darse cuenta que al escucharla, se me caía la sonrisa al suelo. ¡Yo tenía peticiones muy urgentes e importantes -graves incluso- y a mi nadie del cielo me prestaba atención!

Pero ésto es sólo el preámbulo de a donde quiero llegar. Ahora esta persona esta viviendo uno de los momentos más dolorosos y difíciles que a uno se le pueden presentar en la vida. Lleva un año largo con problemas que le quitan el sueño y el hambre.

Cuando me he vuelto a encontrar con ella hace unos días, viéndola tan deshecha anímicamente y con la salud maltrecha, finalmente me he atrevido a preguntarle "¿y que hay de aquello que tu hacías de salir al jardín y pedir al cielo. Ya no te da resultado?"

Y la persona respondió: "No es eso. No he vuelto a hacerlo. No tengo el ánimo ni las fuerzas".

Me quedé pensando cómo somos los seres humanos. Cuando las cosas nos van bien, nos sentimos optimistas, la vida nos sonríe y la buena suerte nos viene de cara; la vida resulta fácil y amable. Tenemos voluntad hasta para seguir una dieta de adelgazamiento.

Nos llegamos a olvidar que estamos en el mundo de la dualidad, donde la vida, como muy bien describen los budistas, es una RUEDA en la que cíclicamente vamos pasando, inevitablemente, por todos los estados de muerte y renacimiento.

Día y noche. Luz y oscuridad. Amor y miedo. Y en esa etapa de miedos se nos olvida -y tememos- al Amor. Por eso, entonces, no somos capaces de pedir ayuda a las Fuerzas Superiores, a la Energía Inagotable del Amor Incondicional.

Inconscientemente nos cerramos. Escondemos bajo siete llaves a nuestro corazón por miedo a sufrir más. Haciendo que las energías no fluyan. Gastando todas nuestras energías en NO dejar que la rueda siga el movimiento de vida.

Bloqueamos toda comunicación. Paralizamos todo movimiento. Y quedamos ESTANCADOS en el sufrimiento, alimentándolo con nuestro abatimiento.

Si por ley natural, nuestra alma, debe recorrer todos los ciclos y estaciones; aceptémoslo. Dejemos fluir TAMBIÉN, el dolor, la pérdida. Y no lo convirtamos en sufrimiento, regodeándonos en el autocompadecimiento, alimentando la lástima por nosotros mismos.
Cuando haya tormenta, refugiémonos, con la confianza que luego volverá a salir el sol.
No nos rompamos la cabeza preguntando ¡¿por qué yo?!

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