Todo ser vivo se mueve de manera cíclica. Las mismas células que conforman un cuerpo; mueren y nacen, enferman y se regeneran, continuamente.
Los estados de ánimo también, de alguna manera, son cíclicos. Pasan también por el agotarse y volver a nacer. Y es así. No son estáticos. Tampoco lo es el amor.
Es imposible pretender vivir en un estado emocional inamovible; sería falso y hasta quizás contraproducente por lo que hubiera de control rígido y manipulador.
Deberíamos aceptar y aceptarnos cuando estamos melancólicos... esos momentos de bajada de ánimo que no tienen explicación lógica y no correr a tomarnos algo que nos saque de él rápidamente o eludirlo bombardeando nuestro cerebro de alguna manera poco tolerante (hacia nuestro estado de ánimo del momento).
Sólo queremos estar en la cima permanente del buen humor y la buena onda... a toda costa, pero queremos lograrlo desde el exterior (que parece ser más fácil y cómodo).
Esta sociedad moderna lo quiere todo YA, al momento, sin esfuerzo ni sacrificio. Pretende conseguir la salud y la felicidad mediante fármacos. Pastillas para dormir, pastillas contra la ansiedad, pastillas que nos estimulen y luego otras que nos sede.
Si continuamente estamos mandándole a nuestro cuerpo (incluído el cerebro) inhibidores y desinhibidores. Fármacos que intervienen más allá de manipular nuestras células y órganos sino, además, capaces de trastocar nuestra personalidad y nuestra energía vital. Sin dejarnos tiempo real para asimilar todo lo que ocurre en nuestro interior, incorporar cambios, etc., creando muchas veces una dependencia malsana.
Lo que sí debemos desear alcanzar es un estado de EQUILIBRIO y armonía inalterable, que es algo bien distinto.
Para lograrlo hay que dejar de vivir de manera compulsiva.
Estar más PRESENTE en la vida y no dejarse atrapar por la mente.
El mundo exterior no afecta a mi conciencia ni a mi espíritu que conforman mi identidad profunda. Estar en contacto con ella me proporciona esa armonía y paz a mi ser total.
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