Cuando las palabras son usadas para verter basura emocional, es decir, odio, envidia, rabia, frustración... energía en estado de putrefacción.
Cuando las palabras, aprovechando y abusando del oyente, se sueltan sin ton ni son, simplemente por llenar espacios de vanidad y egoísmo. O por el simple miedo al silencio.
Cuando las palabras las manejan los embaucadores y el mismo hábito de la mentira y el comercio codicioso les lleva a vender hasta su dignidad, mediante la verborrea.
Cuando las palabras salen como dardos envenenados de entre los dientes, con premeditación y alevosía, con saña, buscando herir en lo más hondo.
Cuando las palabras son pronunciadas en un susurro, entreveradas, con entonaciones candentes y sinuosas, alimentando la sospecha y la discordia.
Cuando las palabras, formando oración, vibran maliciosamente, disfrazadas de verdades, buscando en tí y en mí, adeptos, partidarios, cómplices...
Cuando las palabras, despachadas desde tribunas, altares y otras alturas, provocan desconcierto, miedo, culpa y anulan las libertades.
Pero hay una voz, un mensaje, que se escucha sólo en el Silencio.
Cuando nos preparamos para saber distinguir las diferentes formas de lenguaje. Cuando aprendemos mediante la percepción y claridad de mente a comprender, no sólo el significado de las palabras sino aprender a oír desde el corazón.

La Verdad llegará entonces a nosotros y sabremos reconocerla.
Sabremos distinguirla de las demás voces y será a partir de ahí, sin ninguna duda, un gran apoyo y guía en nuestro andar por la vida.
También, adentrándonos en la mirada de un niño, podemos escuchar la Verdad.










Dijo alguien: "Los niños observan las hormigas mientras los mayores las aplastan"... pero también es verdad que hay muchos niños que sienten una irresistible tentación por aplastar las hormigas y sus hormigueros y que hay adultos que sienten un gran respeto por todos los seres vivos.