Como, además, su arrogancia y presunción lo mantienen alejado de su realidad, el resultado es lamentable. Tiene que ocurrirle algo muy grave; una enfermedad, un accidente, la ruina económica, abandono familiar y cosas por el estilo, que lo paren en seco y le obligue a enfrentarse consigo mismo y reconocer su fragilidad como individuo. Sólo entonces se rinde y se hace consciente de esa actitud tan dañina que debe cambiar.
Sentir lástima por uno mismo es sentirse víctima del destino. La persona no avanza porque no aprende de las lecciones que le pone la vida; no siente que tiene que aprender nada, no acepta que se ha equivocado. Los aspectos negativos de esta energía son la amargura y el rencor que alimenta al sentirse incomprendido o no tratado como cree merecer.
Esta persona tiene posturas exigentes ante los demás. Es resentida y está lamentándose continuamente por todo. En los casos extremos, son personas que nada les viene bien y tampoco aceptan que algo mejore... su posición de víctima es muy cómoda.

Por supuesto que, el que siente lástima por si mismo, busca la culpa en los demás y encuentra siempre una justificación para sí mismo.
Es con la transformación de estas energías negativas cuando la persona consigue tener pensamientos constructivos y responsabilidad en su actuar.
La necesidad de comprender y llegar hasta el núcleo mismo del ser, ayuda a cambiar ese hábito dañino de la personalidad y hace que irrumpa un nuevo carácter. Siendo ahora consciente de sus capacidades y posibilidades, tolerante ante las adversidades y sabiendo evaluar con claridad y equidad sus circunstancias, puede ser el hacedor de su felicidad.
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