
En los encuentros masivos de gente en Irán, sea una boda o una celebración religiosa, las concentraciones son tan enormes que en una sala donde un occidental calcularía caben cien personas ellos consiguen ubicar a trecientas. Sentados en el suelo, por supuesto, porque las sillas ocupan demasiado lugar.
Sin exagerar, la gente se va encogiendo, luego se van acoplando unos a otros, llenando los posibles huecos con brazos, hombros, caderas, hasta formar una pared humana totalmente compacta. Lo curioso es que nadie se enfada o se molesta, ni siquiera se sienten mal por tener clavado en el hígado un codo ajeno... el acoplamiento transcurre de manera absolutamente armoniosa. Siempre observé maravillada ese tiempo necesario en que, silenciosa y pacientemente, la gente iba llenando el lugar hasta ocuparlo en su totalidad.
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