Esto no tiene que ver con la religiosidad de la persona, estamos hablando de haber echado al olvido nuestra naturaleza intrínseca. Y no sólo eso, sino que en nuestra ignorancia y apatía, o en el caso contrario, en nuestro fanatismo, tratamos con desdén o malinterpretamos por exceso de celo, los temas relacionados con nuestra calidad humana.
Las sociedades desarrolladas en general están tan volcadas en lo material y son tan ególatras en su conjunto, haciendo culto a la belleza del cuerpo y a todo lo banal, que ni siquiera le prestan atención –no ya a su propia degradación- sino a la del propio planeta que habitamos y que heredarán nuestros hijos.
A vista de pájaro, la inmensa mayoría de los seres humanos en los países ricos, parecen estar envueltos, por un lado, en todo tipo de excesos; desde el consumismo desenfrenado, a vivir la sexualidad sin ningún tipo de ética y decoro. Por otro lado, viviendo un total abandono sus necesidades espirituales.
Y como la medicina oficial en Occidente no contempla tampoco el que tenemos un cuerpo espiritual y trata las enfermedades del alma a través de la psiquiatría... receta, por dar algo, medicamentos antidepresivos, ansiolíticos... y nos seguimos tirando tierra encima.

Sería bueno que, mientras nos columpiamos, estemos atentos a percibir la canción de nuestro espíritu:
"Llevo la conciencia de la inmortalidad en el centro de mi ser. Materia y energía vienen y van, suben y bajan. Soy una presencia eterna y la Presencia Divina está en mí".
No hay comentarios:
Publicar un comentario